Archivo de 6 junio 2010

La guerra entre fanatismo y ciencia, desde la mártir Hipatia, hasta el creacionismo actual

 

  

La biblioteca de Alejandría fue el marco donde se desarrolló la acumulación del saber del Mundo Antiguo. Fue allí donde concurrieron las principales figuras de las Ciencias y de las Artes de la antigüedad, que por aquel entonces se dividían básicamente en filósofos y filólogos según fuera el objeto de su estudio. Podría decirse que fue el primer y mayor centro de investigación de aquel tiempo, biblioteca hermana mayor de la biblioteca del Serapeo. 

La biblioteca de Alejandría fue construida por mandato de la dinastía de los Ptolomeos, reyes del Egipto de entonces, cuando esta tierra había aceptado con gran alegría la llegada del macedonio Alejandro Magno al poder, quien después de hacer suya Grecia había conquistado también el imperio persa que tanto tiempo había oprimido a Egipto. Alejandría -nombrada así en honor del gran conquistador- era la mayor ciudad conocida en aquel tiempo, y en ella había una gran dedicación al comercio, hecho derivado de que allí confluían barcos y mercaderes de todo el mundo explorado. Los barcos eran confiscados, y cuando se encontraban manuscritos en ellos eran llevados a la Gran Biblioteca, donde los amanuenses se encargaban de traducirlos y copiarlos en papiros en forma de rollos. Los libros originales eran devueltos a sus dueños. De este modo se aglutinó en aquel lugar una gran cantidad de conocimiento.

En la Biblioteca de Alejandría participaron importantes personas involucradas con el avance científico y cultural, las mentes más privilegiadas y clarividentes de entonces. Como ejemplos podría poner a Arquímedes de Siracusa, el mayor científico y matemático de la antigüedad, y cuyas obras y méritos son sobradamente conocidos; Eratóstenes, el primero en afirmar la esfericidad de la Tierra, y que dio una medida positiva del tamaño de nuestro planeta, basada en la trigonometría -la cual era enseñada por Hiparco- y en la diferencia del tamaño de la sombra en dos lugares de diferente latitud en el mismo día, y que también escribió una Geografía; Aristarco de Samos, el verdadero descubridor del modelo heliocéntrico, que en aquel entonces fue pasado a un segundo plano por el modelo geocéntrico de epiciclos sobre deferentes de Ptolomeo e Hiparco; Herón de Alejandría, descubridor de una fórmula matemática que relaciona el área de un triángulo cualquiera con el semiperímetro del mismo y las longitudes de sus tres lados, sin utilizar para nada medidas angulares, y estudioso de los primeros autómatas; Euclides, autor de la geometría elemental que se sigue todavía aprendiendo en los tiempos de hoy en muchos lugares; Apolonio, matemático investigador de las curvas cónicas; Galeno, el más reputado médico de aquel entonces, y un largo etcétera.

La Biblioteca de Alejandría sufrió diversos saqueos y destrucciones durante su existencia, al menos algunos de ellos se cree que tuvieron su origen en el hecho de que la plebe, influida por la instauración creciente del recién nacido cristianismo, asociaba la ciencia a un tipo de conocimiento pagano, muy alejado de Dios, al mismo tiempo que peligroso para la popularización de la verdad revelada, la veían como una competidora de la religión. Con la destrucción de la Biblioteca de Alejandría se inició un periodo de oscuridad total en lo cultural que duró en torno a los 1000 años, hasta que algunas figuras como Kepler y Copérnico redescubrieron bajo otras formulaciones el saber antiguo.

Una de las figuras notables entre los participantes en esta conocida biblioteca fue Hipatia, matemática, astrónoma, y filósofa -seguidora del neoplatonismo de Plotino-, y que pasó a la historia como una de sus últimas luces. Como sucede con la mayoría de sabios y eruditos de Alejandría, se desconoce a ciencia cierta cuál fue su verdadero alcance y calado en el avance científico, pero uno de sus hechos vitales, en concreto su muerte, la consagró como uno de los primeros mártires de la ciencia. Se cree que una turba fanática cristiana, jaleada por el obispo Cirilo, quien pretendía eliminar todo aquello que cuestionara el cristianismo, desolló viva a la bella Hipatia empleando para ello conchas marinas, y luego quemó su cuerpo. El hecho de la belleza de esta científica también pasó a la historia, tuvo muchos pretendientes, pero nunca se casó, se cree que murió virgen, y podría identificarse en ella a la mujer liberada e independiente, algo anormal en una época en que la mujer era una posesión.

Como síntesis de esta breve entrada me atrevería a afirmar -parafraseando el diálogo de una escena de la película «Perros de paja»- que la raza humana ha vertido más sangre en el nombre de Dios que la que se ha vertido en ninguna otra causa, y además el imperio de la creencia y la superstición ha dominado con su yugo y su cilicio el librepensamiento -abstracción de toda imposición, que origina el verdadero avance de la cultura y del saber- y la noble búsqueda de las verdades del universo en que vivimos durante la mayor parte de la historia, y éstos son hechos verdaderamente lamentables que aún poseen toda la actualidad y vigencia. Véase sino la máscara que utilizan algunas facciones religiosas en muchos países del mundo, bajo el nombre de creacionismo o diseño inteligente, diseño que por otra parte existe, pero causado por la sabiduría de la Madre Naturaleza «que todo lo da y todo lo puede», y que no presenta ningún viso de exacta perfección, algo que los creacionistas afirman sin embargo atribuyendo este diseño a Dios. Y no sólo eso, sino que además enseñan que lo escrito en la Biblia es estrictamente cierto. Lo peor de todo es que en algunos lugares como Estados Unidos el creacionismo es la mentira que se está inculcando en las escuelas a las futuras generaciones, no se está dando a los alumnos la oportunidad de ver los hechos y las pruebas y tomar decisiones por sí mismos, sino que se les transmite como un dogma que han de creer. Una verdadera lástima y un hecho auténticamente deleznable que a estas alturas todavía nos sigan imponiendo cosas. Personalmente me inclino por la filosofía panteísta, que si bien no llega a explicar satisfactoriamente las viejas cuestiones que desde siempre se ha planteado la humanidad -ninguna religión lo hace realmente-, no pugna al menos con el verdadero saber científico, sino todo lo contrario. Para mí no tiene sentido el creer que haya una causa primera, pues ese Dios habrá sido causado por otro previo, y así en una regresión infinita que emplea más supuestos de los estrictamente necesarios, en contra de la economía del universo, y violando el principio de parsimonia o de la navaja de Occham. Me inclino más a pensar en un universo autoexistente y evolucionante, se trata de una idea muy bella y evocadora; y además opino que no han de buscarse explicaciones místicas de por qué el universo es como es. En relación con esto, yo creo que tal vez el problema de la raza humana haya sido el pensar que tiene que haber una explicación esotérica a la razón de ser de cada cosa, y probablemente todas las cosas que se descubren son porque sí, sin más, porque el Universo así lo ha querido en su continuo devenir, sin ninguna razón oculta o mística más allá de las conocidas según las leyes de la ciencia. Soy ateo por la gracia de Natura, el Dios natural.