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Elegía – ( Miguel Hernández )

 

Yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas,

compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas

y órganos mi dolor sin instrumento,

a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado,

que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,

lloro mi desventura y sus conjuntos

y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,

y sin calor de nadie y sin consuelo

voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta

de piedras, rayos y hachas estridentes

sedienta de catástrofe y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,

quiero apartar la tierra parte a parte

a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte

y besarte la noble calavera

y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:

por los altos andamios de las flores

pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.

Volverás al arrullo de las rejas

de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,

y tu sangre se irá a cada lado

disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,

llama a un campo de almendras espumosas

mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas

de almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.

 

Elegía escrita por Miguel Hernández  el 10 de enero de 1936 en Orihuela, su pueblo y el de Ramón Sijé, a quien fue dedicada tras su muerte prematura y al que quería mucho.

 

(12) – Soneto a la esperada Sofía

 

Como una rosa en una rosalía
o manzana en un pomar manzanero,
querida fruta del dios jardinero,
en su jardín naciente lozanía.

Augurio tengo de buen agorero
que el heraldo que le anunció a María
vendrá con su trompeta y algarabía,
cobrará entrada el celestial portero,

y con afectada melaconlía
de arcángel noble y artista trompetero
diluviará el llanto en su melodía,

pues la áurea rosa del dios jardinero,
celeste estrella de nombre Sofía,
del Cielo a la Tierra caerá en enero.

 

© El rostro sagrado, SergeantAlaric, 2012.

 

Soneto escrito por encargo, para regalar a una pareja que tendrá su primera niña en enero, y que como es de suponer se llamará Sofía, un nombre muy bonito, por cierto.

 

(11) – El poema de la vida

 

Arriba a la izquierda empieza la vida

como un poema empezado de repente,

un trazo que nace en la pluma esgrimida

por Su Majestad el dios de la suerte,

con su mano invisible a ella adherida

guiando el rumbo del caudal y la gente,

y Natura escribe con sangre de su herida

en una línea que se tuerce y se retuerce,

que con la amistad engorda su caligrafía

y con el amor manuscribe más fuerte,

garabateando con rapidez y alegría,

el ritmo del agua lo tiene presente

si de la juventud nos acompaña su lira

en una melodía de felicidad incipiente,

pero cuando se alcanza la sabiduría

y el sinsabor llega como un gordo gerente

clausurándonos la inocencia perdida,

cuando la soledad hace guardia en su fuerte

construyendo en el alma su guarida,

y la enfermedad su barco amarra en el muelle

pues de ultramar nos trae su mercancía,

y se instala despreocupadamente

para disfrutar de una larga estadía,

el sol a lo lejos declina penitente

tan lejos que no llega su luz mortecina,

y con el rigor y la impiedad de un presidente

el poeta culmina sin pesar su poesía,

suelta la pluma el dios de la suerte,

la última línea se escribe enseguida,

abajo a la derecha termina la muerte.

 

© El rostro sagrado, SergeantAlaric, 2012.

 

 

Soneto – ( Miguel Hernández )

 

Me tiraste un limón, y tan amargo,
con una mano cálida, y tan pura,
que no menoscabó su arquitectura
y probé su amargura sin embargo.

 

Con el golpe amarillo, de un letargo
dulce pasó a una ansiosa calentura
mi sangre, que sintió la mordedura
de una punta de seno duro y largo.

 

Pero al mirarte y verte la sonrisa
que te produjo el limonado hecho,
a mi voraz malicia tan ajena,

 

se me durmió la sangre en la camisa,
y se volvió el poroso y áureo pecho
una picuda y deslumbrante pena.

 

Miguel Hernández

 

(10) – Mis rosas

 

Que las rosas por mí te visiten

y que en ellas encuentres

la belleza que en mí

no hallas en este momento.

En ellas guardo mi ser

e impregno mis dones,

ahora a tus ojos inciertos,

hállate por mí acompañada

con su presencia en tus temores

y algún día terminará este invierno.

¿Durarán acaso lo que

mi amor dure?.

Antes ellas tendrán su fin.

Seguirán en su lecho de papel

inertes como un muerto,

guardarán la marca de

mi pasión de pájaro, pero algún día

por otras flores serán cambiadas

quizás por otro regaladas,

así terminará mi aliento,

y del libro serán extraidas

y aunque ese día mis rosas

tristes se mueran

por pasar a ser olvidadas

mi amor se mantendrá cierto,

y perenne, créete por mi querida.

Por testigo pongo al buen Dios

que mi cariño reside

en todas mis poesías,

y son éstas mis rosas,

que te regalo con mi talento

y para que vivas con alegría

a tu belleza y bondad las ofrezco.

Si algún día azaroso

te pinchas con alguna espina

no será el dolor de un tormento,

será que mis rosas queridas

por mí tu amor han descubierto,

y cuando llegue ese día

hallarás en mi la belleza

que en ellas ves en este momento.

 

© El rostro sagrado, SergeantAlaric, 2012.

 

(9) – Pasión consentida

 

No desarmaré los Cielos,

yo, el no amado,

que el firmamento fue cuajado

en centurias

y macerando prorrumpió del vientre

y aquí refulgen ubicuos

los astros que me acarician.

No clausuraré los frutos,

que de la amargura devienen,

tardos en las jornadas se sazonan

y en la añada endulzan

mis fauces hambrientas.

Ya que el amor cierto

no es hemorragia aguda sino

llanto incubado,

no es víbora sino lenta rosa,

que sutilmente se abre,

no es cópula de criaturas

sino caricia trémula.

El amor, el amor indubitable,

no es decir ahora y recibir el agasajo,

es más bien seguir callado

como herrerillo en escaramuza,

indultando cada ápice.

Dejadme en mi dulce agonía, bastardos,

indignos de vuestra Madre,

observadla en su lento cariño

de eones.

Porque llegará el día

en que más dulce trinará la alondra

en mis oídos,

y la brisa mecerá mis cabellos

como aya y niño de pecho,

y quizás las flores exhalen

un perfume reservado en los siglos,

o tal vez los mares irrumpan

en el talud con el ritmo

de una marcha nupcial,

y así la Madre nos festeje,

y apruebe un amor consentido,

una pasión a voz en grito

otorgada con su silencio.

  

© El rostro sagrado, SergeantAlaric, 2012.

 

(8) – Tributo a William Shakespeare

 

 

¿Quién no ha disfrutado alguna vez de aquel soneto de Shakespeare que incluye lo que sigue:

 

“Si a mis días colmados sobrevives,

y cuando esté en el polvo de la muerte

por ventura relees

los inhábiles versos de tu amigo,

con lo mejor de tu época compáralos

y aunque todas las plumas los excedan

guárdalos por mi amor, no por mis rimas,

superadas por hombres más felices” ?.

 

Hay que reconocer que estos versos con rima, escritos en lengua inglesa, son todo un espectáculo.

William Shakespeare es considerado por la mayoría de críticos y escritores como el mejor autor en lengua inglesa. Algún día dedicaré algún artículo más extenso a este genio literario, pero de momento dejo aquí un poema de mi cosecha, para hacerle el honor que tal prohombre se merece. Sería una asignatura pendiente no hablar de Shakespeare en esta web, pero lo dejaré para más adelante.  

 

Tributo a William Shakespeare 

 

Cuando la rosa mustia

que conservo se pudra

irreversiblemente,

y el río que en algún lugar

se besó con su afluente

tras los suaves meandros

muera en el mar;

cuando la cigüeña blanca

yazca con su cigüeño blanco

bajo los reverberos

de un sol hiriente

tras muchos años de solaz,

y cuando el verde trigo

parido de la simiente

a los amigos incomode

en el paladar

convertido en hostia crujiente

de bendecido pan…

Cuando el cirio

que un día se prendió

con un abrazo inocente

agote su cera en un altar

y las campanas doblen

por el aquí presente

yo qué sé en qué lugar;

y en ese día que me convierta

en terrateniente

de un recinto cuadrangular

asistas al funeral

de aquél que tanto te amó

y que tú no quisiste amar,

llorarás amargamente,

pero mi dicha cambiará

porque olvidaré la rosa

y el río, y la cigüeña

y el cirio y el trigo

y el pan

y a aquella niña inocente

cuya bondad ciertas

noches me hizo llorar,

y olvidaré esta quimera

que ahora describo impaciente

que me consume

hasta el final.

 

© El rostro sagrado, SergeantAlaric, 2012.

 

(7) – Ingrid Bergman, nos sigues conmoviendo

  

 

bergman

 

¿Qué nos está pasando a los humanos?¿Estamos perdiendo la humanidad? Vemos la desgracia ajena y torcemos la cabeza para otro lado, un mendigo realmente necesitado nos pide para comer y le regalamos una cara de auténtico desprecio… Nos da igual lo que les pase a los demás, nos es indiferente, hasta diría que nos da igual lo que pasa con nosotros mismos. Parece como si esta sociedad fría y competitiva, este ritmo acelerado que nos priva del tiempo de dedicación a nosotros mismos y a los demás, nos hubiera vuelto insensibles, y parece como si el rasgo más humano de entre los rasgos, el sentimiento o emoción producidos por lo que oímos o vemos, fuera ya un lujo para muchos y para otros algo deleznable, odioso, y motivo de vergüenza.
 
¿Qué nos está pasando a los humanos?¿Acaso no es sano de vez en cuando llorar -al marger supuesto de las patologías depresivas-? El lloro de amor, la lágrima nostálgica, la lágrima de pena, son muy sanos y creo que muy recomendables alguna que otra vez, pues nos hacen caer en la cuenta de que seguimos siendo hombres, con nuestros problemas, nuestras inquietudes, nuestros sueños, nuestros miedos, nuestros amores y desamores, y sobre todo, nuestros sentimientos.
 
Hay una escena del cine clásico que me tiene enormemente obsesionado. Se trata de la escena de “Casablanca” en la que Ingrid Bergman, esa belleza de los años 40 que es ya inmortal, deja resbalar por sus mejillas unas amargas lágrimas, al volver a ver tras algunos años a su antiguo novio Rick (Humphrey Bogart), cuando le dice al pianista negro Sam algo así como: “toca El tiempo pasará, Sam”. Por sólo la belleza de esta escena aparentemente simple estoy condenado a ver Casablanca una y otra vez hasta la tumba, aunque ya casi me la sepa de memoria. A ese tipo de lágrimas es al que me refería en el párrafo anterior.
 
Como médico de mi alma reivindico cinco minutos de lloro semanales y los prescribo a todos los interesados que quieran mejorar su vida.
Tómese además la siguiente píldora diaria, con un vasito de agua.

 

El mundo del mañana 

 

Me gustaría pensar

que tal vez, algún día,

el mundo será

de los seres insignificantes…

de los ancianos que regalan

caramelos a los niños,

de los mendigos,

que no tienen nada,

de los inofensivos hombres

que observan los pájaros,

de los jardineros

que cuidan cada rosa,

de los empleados

que se esfuerzan

por llegar a fin de mes,

de los barberos

que entretienen

al cliente,

de los relojeros viejos

que añoran a la Bergman,

de las novias buenas

y estudiosas,

de los niños de mirada

húmeda y tímida,

que serán los hombres

del mañana,

y de los poetas anacrónicos

que escriben versos

como éstos ,

y que aguardan el retorno

del imperio de la inocencia.

 

© El rostro sagrado, SergeantAlaric, 2012.

 

(6) – Esperanza

 

Acepta estos versos

como las contadas migajas

del único pedazo de pan

de un miserable mendigo,

que reparte entre los fieles gorriones…

…porque mientras un mendigo

reparta su escaso pan,

…mientras algunos nobles mozos

cortejen las feas del baile,

y acaricien mis tímpanos

las palabras de pan de trigo de mi madre…

…mientras los músicos del metro

reciban monedas y dispensen sonrisas,

o los enfermos de la bilis negra

contraigan los atrofiados cigomáticos

con la labia del barbero,

o los locos de atar

tengan geniales intuiciones

con olor a almizcle

y sabor a azafrán…

…Mientras que de las tinieblas

se pase a la luz,

y de la luz a las tinieblas,

o mientras todo

sea tinieblas

y los huesos le

recuerden a los gusanos y a los ratones

la nobleza del inquilino

del ataúd…

…mientras este universo infinito

que existe desde siempre

y para siempre

perdure en sus ciclos,

esparciendo tus átomos

y además los míos

y los átomos de esta hoja

y de esta tinta,

mujer amada,

…mientras tanto habrá esperanza.

 

© El rostro sagrado, SergeantAlaric, 2012.

 

(5) – Soneto a Galicia

 

Por cien mil chaparrones fuiste criada,

te amamantó tu cielo gris del Norte

y le hacen a la tierra aguada corte,

bajo el sol y las nieblas empreñada.

 

Preñado tú eres útero y ancho valle

que a luz trae el fuerte roble y petirrojos,

creo que está el mismo Dios en esos ojos

y que en tus costas te imprimió su talle.

 

Esperanza de mil embarazadas

albergas por los hijos venideros,

que todo heredarán bajo tu nombre,

 

Galicia, mi gran madre enamorada

del mar, del verde campo y de aguaceros,

de tu matriz de amor saldrán mil prohombres.

 

© El rostro sagrado, SergeantAlaric, 2012.

 

(4) – Las lágrimas negras de Enola Gay

  

El 6 de agosto de 1945 es una fecha triste para la humanidad. Desde el avión Enola Gay se lanzó sobre Hiroshima la bomba atómica Little Boy.  (El nombre del avión está tomado de una de las madres de los militares que iban a bordo). Al cabo de unos minutos después de la deflagración, y debido a la rápida evaporación de la humedad y agua de la zona, empezó a caer una lluvia de grandes goterones negros, que duró algún tiempo. Como los quemados supervivientes a la explosión tenían mucha sed, bebieron de aquella agua fuertemente contaminada, lo que supuso su fin inminente. De esta forma, no sólo fallecieron las víctimas directas de la explosión, sino también los que tomaron aquella agua envenenada más los que quedaron y desarrollaron cánceres y sus sucesivas generaciones, que heredaron de tal suceso malformaciones congénitas y enfermedades incurables. Como triste recuerdo -y en el honor- de todos los fallecidos a causa de Little Boy he escrito este poema.

 

“Las lágrimas negras de Enola Gay”

 

 

Si las tristes lágrimas negras de Enola Gay, lloviendo,

derritiesen radiactivamente corazones,

derritiesen tu corazón

dejándolo en carne viva.

Si lubricasen los candados perennemente oxidados

y convirtiesen campos yermos en vergeles,

si regasen los rosales en los hombres

y traspasasen cráneos,

traspasasen tu cráneo

trasustanciándose en una borrachera

de dopamina fresca en tu sistema límbico…

Si las tristes lágrimas negras de Enola Gay, lloviendo,

asesinasen la sed y el hambre,

necrosizasen los recios tejidos

del odio, la envidia y la venganza,

y diluviando inundasen todo de amor,

te inundasen de amor verdadero,

¡oh, mujer re-querida!,

entonces se cumpliría el imposible

epitafio de la inocente difunta:

Enola Gay requiescat in pace.

 

© El rostro sagrado, Sergeantalaric, 2012.

 

(3) – Yo confieso

 

Yo confieso que

no quiero escribir algo bello.

Yo sólo quiero escribir algo sincero.

Podría armarme con tu hermosura

absorbiéndote con la mirada quieta

y absorbiendo el mundo

y decir por ejemplo

que el niño ha sonreído

o que el río se entumece

tras las lágrimas de Dios

o que el alcaudón corteja

con natural fruición a la hembra

y ambos son dichosos.

Y podría decir que el agua

susurra la historia del arroyo

y de los hombres.

Y que las montañas han vivido

el escalofrío y el temblor

del continente.

Podría decir que te he visto

llorar en abril

o que el mar transporta

la sabiduría de los pueblos,

y que el petirrojo abandera

con su egoísmo este margen

del bosque al atardecer.

También podría decir

que eres hija de la misma

Madre que trae cada hombre

y cada pájaro y cada flor,

y que te hizo bella y buena

como todo lo que ella

decide.

Y que una yerta rama invernal

parirá la misma vida

que conmueve al mendigo

y al terrateniente.

O que cuando callas

tienes el poder de hacer

llorar a un noble.

Y que el Cielo aguarda

a los hombres buenos.

Pero todo ello sería incierto.

Y sólo bastarían dos líneas

que dijesen que si tú quisieras

te amaría hasta el último

de mis estertores.

 

 

© El rostro sagrado, SergeantAlaric, 2012.

 

(2) – Soneto dedicado al Café Callejón Álvarez de Gato

 

En la Calle Elfo, barrio de Pueblo Nuevo, distrito de Ciudad Lineal (Madrid), existe un café llamado “Callejón de Álvarez de Gato” -nombre tomado de la obra de Valle Inclán “Luces de Bohemia”-, que es un sitio muy bien decorado -por náyades de cuerpo serrano entre otras cosas-, y donde se come fenomenalmente. Aquí escribo un soneto que le he dedicado.

 

Soneto al Café Callejón Álvarez de Gato 

 

Si por la calle Elfo anda despistado

y en Madrid busca la suprema sensación,

pare y pruebe los huevos rotos con jamón

de los dioses manjar más apreciado.

 

Con desenfado sirve Luis cada ración,

junto a náyades de cuerpo serrano

tomaremos dos tintos de verano

y bolandrines para toda una legión.

 

Y ahora que todo eso saco a colación

y lo escribo con lenta y diestra mano

y oficio del que de este bar es beato

 

le dirijo mi mejor recomendación,

amigo, del yantar quedará ufano,

si come en Callejón Álvarez de Gato.

 

© El rostro sagrado, SergeantAlaric, 2012.

 

(1) – Hemorragia versicular

 

¿Qué efímera marca

queda del agua en

la sección del cauce?

Ninguna.

Cada segundo y cada sección

son traspasados

irrepetiblemente,

como transeúntes ebrios

a través de callejas sombrías,

como viajeros en barcas perdidas

en un lejano océano.

Así es el tiempo

y así son las palabras.

Su fluyente murmullo evoca

el irvenir de las rosas,

que nacen y mueren inadvertidamente,

pero que me ilusionan,

porque la Diosa Naturaleza

sufre y padece y llora

y empuja y tira y arrastra

y sopla y calienta y alumbra

para que cada primavera

las flores expresen su pasión

y desgarren el lloro de las niñas

y de los colegiales insensatos,

y de las bellas mujeres

y de los amantes incansables

y de los tímidos indecisos.

Mas el cauce existe por el agua,

es el arroyo quien lo labra.

Luego me alegro.

Porque tal vez las palabras

no sean solo palabras

que el viento dispersa

y tal vez la claridad

impresiona las retinas,

y quizás también en tu corazón,

niña querida,

haga mella el gorjeo de un pájaro,

o el rojo de una rosa,

o el chillido del gavilán,

o los graves de mi voz,

y sola, en silencio, sientas

que los versos sangran en el papel

y que imploran amor.

 

© El rostro sagrado, SergeantAlaric, 2010.