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La granja de Ngong.

 

 

Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong. El ecuador atravesaba aquellas tierras altas a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a una altura de unos seis mil pies. Durante el día te sentías a una gran altitud, cerca del sol, las primeras horas de la mañana y las tardes eran límpidas y sosegadas, y las noches frías.

La situación geográfica y la altitud se combinaban para formar un paisaje único en el mundo. No era ni excesivo ni opulento; era el África destilada a seis mil pies de altura, como la intensa y refinada esencia de un continente. Los colores eran secos y quemados, como los colores en cerámica. Los árboles tenían un follaje luminoso y delicado, de estructura diferente a la de los árboles de Europa; no crecían en arco ni en cúpula, sino en capas horizontales, y su forma daba a los altos árboles solitarios un parecido con las palmeras, o un aire romántico y heroico, como barcos aparejados con las velas cargadas, y los linderos del bosque tenían una extraña apariencia, como si el bosque entero vibrase ligeramente. Las desnudas y retorcidas acacias crecían aquí y allá entre la hierba de las grandes praderas, y la hierba tenía un aroma como de tomillo y arrayán de los pantanos; en algunos lugares el olor era tan fuerte que escocía las narices. […]

 

Comienzo del capítulo 1 de Memorias de África, escrito por Karen Blixen, uno de cuyos seudónimos fue Isak Dinesen. El escritor Ernst Hemingway dijo que era a élla a quien le tenían que haber dado el Nóbel, con toda la razón del mundo.

 

Rubaiyat. Cuarteta XII.

 

Sabes que no tienes poder sobre tu
destino.

¿Por qué la incertidumbre del
mañana ha de causarte miedo?

Si eres sabio, goza del momento
actual.

¿El porvenir?
¿Qué puede devolverte el porvenir?

 

Omar Khayyam

 

Tardes dominicales

 

No, no voy a llorar, casi, pero sí lo voy a sentir, lo estoy sintiendo ya de hecho. Para mí los domingos tienen indefectiblemente el efecto de la nostalgia, de todo lo que pude hacer y ser y que ni hice ni fui. Todas mis deudas con aquel bondadoso muchacho, de todo lo que no supe ofrecerle, aunque lo mantenga muy vivo dentro de mí. Aquellos dulces años de descubrimientos y apertura a la vida, que no supe ultimar, y que me atormentan con su martilleo todas las tardes dominicales, cuando las calles vacías tienen las tiendas y los quioscos cerrados y cae una lluvia pegajosa sobre su empedrado, mientras oigo el repiqueteo insistente y periódico de las gotas en algún barreño del desván. 
Pero poco puedo hacer a estas alturas ya. Y tampoco depende todo de mí. Si así fuera aún brillaría alguna esperanza, por pequeña que fuese. Girarán los lustros, cada vez más rápido, y todavía será aún peor. Porque poco a poco, casi sin advertirlo, empezarán a faltar personas, carne de mi carne, amigos y familiares, se irán marchando al sueño infinito. Y las arrugas ceñirán mi frente. Y estaré solo, muy solo, tanto como ahora me siento. Una soledad de cadenas y mazmorra. Porque los domingos tienen aroma a café con nostalgia. Destilan el spleen de las últimas secuencias de Qué verde era mi valle, y las despedidas sin vuelta atrás de Casablanca. Pero mientras mis huesos no se pulvericen de puro viejo en algún enterrado féretro, tan absurdos e inútiles como los de los demás, he de seguir tensando mi antebrazo, en este pulso constante con la Muerte, que de momento tengo dominado, mientras el chocolate humea en la taza y le concedo otra oportunidad y otra mirada al mundo y a mí.

 

 

Rubaiyat. Cuarteta X.

 

¡Cuán pobre el corazón que no sabe
amar, que no puede embriagarse de
amor!

Si no amas,

¿Cómo te explicas la luz
enceguecedora del sol y la más leve
claridad que trae la luna?

 

Omar Khayyam

Rubaiyat. Cuarteta IX.

 

Antaño, este jarrón era un pobre
enamorado que sufría ante la
indiferencia de una mujer.

 

El asa del borde era el brazo que
ceñía el cuello de su bienamada.

 

Omar Khayyam

Rubaiyat. Cuarteta VIII.

Confórmate en este mundo con
pocos amigos.

No busques propiciar la simpatía que
alguien te inspiró.

Antes de estrechar la mano de un
hombre, piensa si ella no ha de
golpearte un día.

 

Omar Khayyam

Rubaiyat. Cuarteta VII.

Nuestro tesoro es el vino y nuestro
palacio la taberna.

La sed y la embriaguez son nuestros
fieles compañeros.

Ignoramos el miedo porque sabemos
que nuestras almas, nuestros corazones,
nuestros cálices y nuestras
vestes manchadas, nada tienen que
temer del polvo, del agua ni del
fuego.

 

 

Omar Khayyam

Rubaiyat. Cuarteta VI.

 

De cuando en cuando los hombres

leen el Corán, el libro por

excelencia.

 

¿Pero quién es el que a diario se

deleita con su lectura?

 

En el borde de todos los cálices

colmados de vino, triunfa, cincelada,

una secreta verdad que debemos

saborear.

 

Omar Khayyam.

Rubaiyat. Cuarteta V.

 

Puesto que ignoras lo que te reserva
el mañana esfuérzate por ser feliz.
Toma un cántaro de vino, siéntate
a la luz de la luna y bebe
pensando en que mañana quizá la
luna te busque inútilmente.

 

Omar Khayyam

Rubaiyat. Cuarteta IV.

 

Procede en forma tal que tu prójimo
no se sienta humillado con tu
sabiduría.
Domínate, domínate.
Jamás te abandones a la ira.
Si quieres conquistar la paz
definitiva sonríe al destino que se
ensaña contigo y nunca te ensañes
con nadie.

Omar Khayyam

Rubaiyat. Cuarteta III.

 

Sé compasivo con los bebedores.
No olvides que tú tienes otros defectos.
Si quieres alcanzar la paz y la
serenidad piensa en los
desheredados de la vida y en los
pobres que viven en el infortunio.

 

Entonces serás feliz.

 

Omar Khayyam

Rubaiyat. Cuarteta II.

 

¿Qué vale más?
¿Examinar nuestra conciencia
sentados en una taberna o
prosternarnos en una mezquita
con el alma ausente?

 

No me preocupa saber si tenemos
un Dios ni el destino que me
reserva.

 

Omar Khayyam.

 

Rubaiyat. Cuarteta I.

Todos saben que jamás murmuré
una oración.

Todos saben también que jamás traté
de disimular mis defectos.

Ignoro si existen una Justicia y una
Misericordia.

Si las hay estoy en paz, porque
siempre fui sincero.

Omar Khayyan

Belcebú se toma la revancha

 

 

Suena la Sinfonía Nº 9 del Nuevo Mundo de Antonin Dvorák, inundando con sus acordes el jardín, en este plácido día de Semana Santa. Bajo un plátano, mi ensueño aumenta lentamente. Quizás el vino tiene bastante que ver en eso. Escancio otro vaso de la sangre escarlata de la vid. La sangre del sacrificio. Por un día voy a repudiar la razón y me voy a abrazar a este dolor tan dentro de mi alma, este dolor tan antiguo, aunque no tan manifiesto como el que Jesucristo sufrió cuando segaron su vida y le arrancaron su sangre a borbotones, la sangre que según cuentan nos redimió ante Dios. Narran las Sagradas Escrituras que algunos ángeles y arcángeles se rebelaron contra el Creador. Dios, con su infinito poder, envió a las profundidades las legiones de espíritus rebeldes, lideradas por Satanás y Belcebú, para que allí ardieran eternamente, en las orillas de la Laguna Estigia. Pero los réprobos no aceptaron el sino que se les había impuesto, y en común asamblea, y ante su reconocida impotencia frente a las cohortes celestiales, acordaron atentar contra la más bella criatura de la Creación, el hombre, para así herir al Omnipotente. El astuto Satanás batió furiosamente sus alas hasta llegar a las puertas del infierno, custodiadas por la Culpa y la Muerte, avanzó por el vacío, imperio del Caos y de la Noche, y llegó a la Tierra, habitada por los inmortales Adán y Eva, los abuelos de la raza humana. El Creador había dotado al planeta de un Vergel fecundísimo, donde la belleza y la exuberancia se extendían por doquier. Sólo una norma estableció el Omnipotente: no se tomarían los frutos del árbol de la Ciencia. Sabedor de esto, Satanás, en apariencia de serpiente, convenció a Eva de que así como él, habiendo probado la fruta prohibida, había adquirido la sabiduría que le permitía el discernimiento impropio de los reptiles, también ella alcanzaría el mismo grado de entendimiento. Embaucada por el manipulador Satán, Eva tomó la manzana del pecado y animó además a Adán para que otro tanto hiciese. Y a consecuencia del engaño y del árbol violado, la ira del Creador hizo que los hombres sean desde entonces mortales. Pero la infinita bondad de Dios volvió sus ojos misericordiosos hacia sus criaturas, y pensó que le debía dar una segunda oportunidad a la humanidad, y para ello envió a su único hijo, Jesucristo, para que, siendo hombre, en un sacrificio voluntario, su sangre derramada sirviera de moneda con la que perdonar todos los pecados cometidos por los seres humanos.

Estamos en Semana Santa y suena Dvorák en el jardín. Con este vaso de vino voy a repudiar a la SinRazón, escupiendo iracundo el zumo de la vid, él será la sangre derramada, pues las cuitas derivadas del expolio del árbol de la ciencia ya han sido redimidas. Y repudio a la SinRazón porque en esta Semana Santa, cumpliéndose el aniversario de la Pasión que Cristo aceptó voluntariamente, el prosélito aventajado de Satanás, de nombre Belcebú, ha prendido las llamas del infierno en lo que quedaba del Vergel original, y el fuego ha devastado el corazón mismo del Paraíso. Ha ardido una parte de las “Fragas do Eume” (Bosques del Eume), y con ella se ha ido quizás el más importante reducto de bosque atlántico que quedaba en Europa. Más de 1000 hectáreas calcinadas, que tardarán décadas en volverse a recuperar en todo su esplendor. ¿Es este el Nuevo Mundo que Dvorák alababa en su 9ª Sinfonía?. No se ha expoliado ya sólo un árbol, sino un bosque entero. Solloza el Altísimo en su trono, al ver cómo en la conmemoración de la muerte de su único hijo, el Diablo se ha tomado la revancha. ¿Cuántas nuevas oportunidades tendrá que darnos?

Feliz Año 2012

 

 

Comienza un nuevo año, con todo lo que ello conlleva: proyectos que planeamos desde la más absoluta de las incertidumbres, promesas y deseos invocados a la Providencia desde lo puramente oculto e íntimo de nuestro ser, que son partícipes de esperanzas e ilusiones renovadas… Pero en fin, no hace falta complicarse para vivir, simplemente basta con dejar que el tiempo fluya en su inasible devenir, en los algo más de tres centenares de días que irán girando unos detrás de otros; a veces con parsimonia, otras veces inyectados de pasión y emoción auténticas. En algunos de ellos sería mejor no levantarse de la cama, otros representarán un triunfo absoluto, pero la única receta válida para no fracasar o no sentirse defraudado es simplemente dejarse llevar por las mareas del tiempo, que sea la eterna espontaneidad de la Naturaleza y de la vida cuyas crines son asidas por el jinete de nuestro libre albedrío, las que nos guíen en este viaje transoceánico a cuyo comienzo nos hallamos soltando amarras. Este pensamiento evoca en mí los versos del sabio persa Omar Khayyán, astrónomo, matemático y poeta que vivió entre los siglos XI y XII, instaurador junto a otros científicos de la corte del nuevo calendario musulmán, que escribió varios tratados de geometría y álgebra siendo uno de los matemáticos más importantes de su momento, siguiendo la corriente de Al-Khwarizmi, y cuyo poema Rubaiyyat es su obra literaria más conocida. En este poemario Khayyán trata precisamente el tema de la naturaleza y la posición que el hombre ocupa en ella, así como el goce del momento presente. Os deseo lo mejor para este año 2012 que aún es niño de pecho, al ritmo palpitante de estos versos de Khayyán cuyo eco aún resuena sobrecogedoramente entre nosotros diez siglos después de su concepción. Feliz Año 2012 a todos.

 

Pero el dedo implacable

sigue y sigue escribiendo.

Seducirlo no podrás

con tu piedad y tu ingenio

 para lo escrito tachar

o con tus lágrimas borrar

ni una coma ni un acento.

 

Rubaiyyat,  Omar Khayyám