Archivo de febrero 2022

El hombre con rayos X en los ojos.

 

 

Trabajaba en el Hospital Alexander Fleming Memorial como cirujano e investigador de primera línea. En aquel mes de enero la cadena de acontecimientos sucedió vertiginosamente. Había tenido unas asociaciones de ideas durante el transcurso de una operación. ¿Y si el médico fuese capaz de atravesar con su mirada los tejidos? Entonces me vino a la mente el clásico de Herbert George Wells del hombre invisible, que había leído en mi pubertad, en el que un investigador demente había ideado un suero con el que conseguía cambiar el índice de refracción del cuerpo del sujeto al que se le inoculaba, de modo que se volvía totalmente diáfano a la luz. Fue coger esta idea en apariencia imposible y darle unas cuantas vueltas en mi cabeza. Y empezó a aparecer una cadena de proteínas en mi imaginación. Y poco a poco, a base de mucha paciencia, de pasar falta de sueño, acumular hambre y perder todo contacto con mis colegas y mi mujer, surgió el prototipo de suero como por ensalmo. Sólo faltaba sintetizarlo. Éso fue bastante más difícil. No por que no tuviera los elementos y los medios, sino por que los compuestos que iba hallando en los ensayos parciales eran claramente inestables. Y tenían un tiempo de vida muy pequeño. Pero, afortunadamente, y cuando mi paciencia estaba expirando, una idea propia de un genio en biología me arrebató por completo la atención de lo que estaba haciendo. ¿Y si configuraba las cuatro moléculas que constituían la red de la disolución de manera que formaran un oscilador bioquímico? Éso es, un oscilador bioquímico. De este modo, si aportaba la energía suficiente a las cuatro moléculas de la red, conseguiría un compuesto que no tendría fin, que mostraría existencia indefinida, al menos mientras no cesase mi aporte de energía. Tendría como resultado una disolución cuya concentración de cada molécula sería periódica de período la suma de los tiempos de reacción en cada uno de los sentidos, dado que la reacción era bidireccional y reversible. Mas debería suministrar energía continuamente al sujeto que sirviera para mis pruebas, ya fuese con una batería o de alguna otra manera que por el momento no percibía. Este aspecto lo solucioné poco después, puesto que en el laboratorio guardaba algunos viejos acumuladores de iones, que me resolvían la problemática de manera satisfactoria.

 

 

El día 10 de enero grabé en mi magnetófono la primera sesión de pruebas. Conecté la batería con un electrodo a la piel de un mono babuíno que me serviría para los experimentos. Le inyecté lentamente el suero presionando el émbolo de la jeringa. Al mismo tiempo iba tomando cuidadosas anotaciones de todas las variaciones de sus constantes vitales en el transcurso de la prueba. Al principio el mono Mick parecía no mostrar ningún cambio detectable mediante los aparatos de medida. Su presión sanguínea era completamente normotensa. El latido del corazón se mantenía a una tasa de setenta pulsaciones por minuto. La temperatura estuvo en todo momento rondando los treinta y ocho grados Celsius. Así pues, en apariencia el suero no parecía cambiar nada de la fisiología de Mick. Y éllo era una buena señal, pues significaba que el compuesto no producía ningún efecto secundario. En cuanto al comportamiento de Mick, no percibí nada en la primera prueba que me hiciese sospechar ninguna cosa anómala. Requería, pues, pasar a las pruebas sucesivas, en las que el suero inoculado fuese en aumento.

El día 17 de enero, el mono Mick recibió una dosis del compuesto cinco mililitros superior. Con la excepción de un pequeño aumento del ritmo cardíaco, Mick se comportó casi exactamente que la vez anterior. Y digo casi, porque en el minuto treinta y cinco posterior a la inyección se mostró perplejo e inquieto, como si algo hubiese cambiado delante de él. Pude comprobarlo cuando le mostré un paño negro con el que tenía envuelto una banana. Mick me robó el paño, cogió la banana y se puso a pelarla, con una parsimonia que exasperaría al mismo Buda. Ésto me hizo creer que iba por el buen camino. Puesto que Mick aparentaba traspasar el paño. O al menos ésa fue mi conclusión.

 

 

Otra semana después, el día 24 de enero, puse en práctica el tercer y último experimento de la serie. Incrementé de nuevo la dosis en otros cinco mililitros. A Mick le presenté en torno al minuto treinta después de la inyección una caja de plomo que contenía otra banana. Y Mick de ésta vez fue más rápido. Abrió la caja, cogió el plátano y lo devoró, dejándome impresionado. Pero le noté un comportamiento extraño en torno al minuto cincuenta. Cuando pensé que los efectos del tósigo habían remitido, Mick se mostró intranquilo. Comenzó a dar patadas a los alambres de la jaula. Se puso a chillar de manera insistente. Sus gritos me penetraban en lo más hondo de mi cabeza. Tuve que sacrificarlo, pero fue por el bien de la empresa. Un análisis post-morten de su cerebro probó que tenía una alta concentración del compuesto en el córtex visual, la parte de la masa encefálica que se halla por encima de la nuca. Así pues, ésa resultaba ser la parte cerebral diana del suero, tal y como yo había intuido en su desarrollo. Todo casaba a la perfección, pues esa parte está implicada en la visión, tal y como se sabe y como siempre se ha enseñado en las facultades de medicina. La idea de probar el suero en mí mismo me embargó por completo. Me obsesioné con esa idea. Apenas comía. A mi mujer la veía una vez a la semana. Estaba echando a perder mi vida por el hecho de pensar si debía o no inyectarme el tósigo. Y al final decidí que sí debía hacerlo.

 

 

El día 27 de febrero me hice suministrar por la doctora McKenzie una dosis intravenosa de diez mililitros del compuesto, mientras me era aplicado un electrodo con una pequeña batería en el bíceps derecho. Reconozco que había tonteado alguna vez con ella. Era una bióloga rubia muy atractiva e inteligente, que me había sacado en más de una ocasión de apuros en alguna de mis investigaciones de doctorado. Mi mujer no sabía nada, pero una vez incluso habíamos ido al pub O’Flannagans a tomar unas pintas por la tarde. Pero nada más que éso. Yo a mi mujer la tenía y tengo en un pedestal, es mucha mujer para mí. Demasiado buena mujer como para ni siquiera pensar en causarle el mínimo rasguño emocional. Nunca jamás se me pasaría semejante idea por la cabeza. Por ello siempre fui casto y mantuve una fidelidad a ella a prueba de balas. Pero a los cinco minutos de haberme administrado el suero, me di cuenta que algo había cambiado en la doctora. No se le veía ninguna ropa por encima. Me froté los ojos con las manos, para asegurarme de que no estaba soñando. Su cabello rubio bajaba por el cuello y caía perpendicularmente hacia el suelo, por encima de la espina dorsal. La espalda era nívea y bien proporcionada. Y llevaba un sujetador wonderbra último modelo que sostenía unos hermosos senos. Ella mantenía la conversación normalmente, como siempre había hecho, y yo comenzaba a sudar y a ponerme colorado como una guinda. Y entonces mi pulso se aceleró, según pude contar, hasta las ciento veinte pulsaciones por minuto. Sudaba y sudaba. La ansiedad me dominó. Y le dije a la doctora McKenzie…doctora, doctora, lléveme a un médico o a mi casa que me he puesto malo.

 

De osciladores, láseres y el comienzo del universo.

 

 

¿Es necesario pensar en una deidad como origen de todo? Desde mi punto de vista, éllo no es para nada necesario. Entonces, ¿cómo empezó el universo en el que somos conscientes? Dejando al margen mi relativa ignorancia en cuestiones de astrofísica, nadie me impide el ponerme a especular. Especular es de balde, afortunadamente. Estas especulaciones mías me permiten ser feliz y ser consciente de que lo estoy siendo en ese momento. Por ello suponen todo un logro en mi día a día, pues me hacen una persona más unida con el cosmos y más satisfecha consigo misma. Ignorando todos los posibles detalles de forma premeditada, mi visión del principio de todo tiene que ver con los osciladores y los láseres de semiconductor.

Un oscilador es un circuito que suministra la energía que inyecta una fuente de alimentación de corriente continua a una señal insignificante y realimenta esa señal amplificada hacia la entrada del circuito de manera selectiva en frecuencia. De esta manera, tenemos una señal de corriente alterna donde no existía antes ninguna, pulsando a una determinada frecuencia, la que resulta ser aquélla en la que se produce la resonancia en la red de realimentación del oscilador. Entonces, ¿qué es lo que le hace arrancar a un oscilador? La causa del arranque del oscilador no es otra que una fluctuación electrónica (que normalmente lleva pareja una fluctuación cuántica), lo que normalmente se denomina en electrónica ruido térmico. A los láseres de semiconductor, que producen luz coherente (en fase) también les sucede algo similar a ésto que describo. Los láseres de semiconductor están formados por un semiconductor enriquecido al que se suministra energía mediante una corriente de bombeo. Gracias a esta corriente de bombeo, en el cuerpo de semiconductor existe una inversión de población, en el sentido de que los electrones del mismo (si hablamos de un semiconductor tipo N) se hallan en la banda de conducción. Cuando estos electrones se recombinan con núcleos atómicos inestables en los que hay defecto de carga negativa, por el hecho de pasar a una situación de menor energía y mayor estabilidad (pasan a la banda de valencia), dan lugar a una liberación de energía proporcional al salto cuántico de esos electrones hasta caer en la órbita definitiva. Este salto cuántico es el mismo para todos los electrones que se recombinan, y por lo tanto la energía de esos cuantos liberados es proporcional a la frecuencia de la onda de luz generada. Como el medio está enriquecido y tiene inversión de población, y en los extremos del láser existen (en el lado izquierdo) un espejo totalmente reflectante y (en el lado derecho) un espejo semireflectante, tenemos que la onda de luz ve aumentada su intensidad a medida que va avanzando en el material semiconductor. Y así se hace la luz en un láser (los máser o amplificadores ópticos usados en comunicaciones ópticas tienen un funcionamiento similar, con la salvedad de que se suprime la realimentación positiva, quitando para ello los espejos de los extremos).

Entonces, ¿qué analogía tiene todo ésto con el comienzo de todo? Pues probablemente, o al menos yo desde mi humildísima posición lo veo así, el universo fue arrancado con una fluctuación cuántica, del mismo modo que arranca un oscilador o un láser de semiconductor. El medio inicial estaba enriquecido de alguna manera y era fuertemente no lineal. Y la fluctuación fue el detonador del Big Bang. ¿Quién suministró la “energía de bombeo” necesaria? Probablemente nuestro universo viene de la contracción de uno previo, y fue la propia presión creciente la que suministró la energía necesaria. Entonces, según éso, no debe ser algo infrecuente la existencia de múltiples universos con distintas condiciones de existencia. Y esa asimetría introducida en el ruido o fluctuación que supuestamente dio lugar al arranque es la misma que observamos hoy en día en la forma de un universo dinámico e inestable. Es necesario un desequilibrio, una rotura de las leyes de simetría, para dar lugar al universo que conocemos.
Claro que todo ésto, dado mi carácter profano en astrofísica, no dejan de ser solamente especulaciones. Y nunca pasarán de éso.

 

Annabel Lee. Edgar Allan Poe.

 

 

La última etapa de la vida de Edgar Allan Poe la marcaron su abandono a la bebida y su fuerte depresión. Lo que más tuvo que ver en éllo fue la irreparable pérdida de su esposa Virginia, que falleció de manera muy prematura a causa de la tuberculosis. El carácter de Edgar, que ya había sido melancólico durante toda su vida, se vio muy afectado, y perdió precisamente las ganas de vivir. En el año 1849, poco después de su muerte, se publicó su poema póstumo Annabel Lee, en el que refleja cuánto se amaron Virginia y él, a pesar de haberse casado muy jóvenes. Lo saco ahora a colación por ser mañana el día de San Valentín.

 

Annabel Lee
It was many and many a year ago,
In a kingdom by the sea,
That a maiden there lived whom you may know
By the name of Annabel Lee;
And this maiden she lived with no other thought
Than to love and be loved by me.

I was a child and she was a child,
In this kingdom by the sea,
But we loved with a love that was more than love—
I and my Annabel Lee—
With a love that the wingèd seraphs of Heaven
Coveted her and me.

And this was the reason that, long ago,
In this kingdom by the sea,
A wind blew out of a cloud, chilling
My beautiful Annabel Lee;
So that her highborn kinsmen came
And bore her away from me,
To shut her up in a sepulchre
In this kingdom by the sea.

The angels, not half so happy in Heaven,
Went envying her and me—
Yes!—that was the reason (as all men know,
In this kingdom by the sea)
That the wind came out of the cloud by night,
Chilling and killing my Annabel Lee.

But our love it was stronger by far than the love
Of those who were older than we—
Of many far wiser than we—
And neither the angels in Heaven above
Nor the demons down under the sea
Can ever dissever my soul from the soul
Of the beautiful Annabel Lee;

For the moon never beams, without bringing me dreams
Of the beautiful Annabel Lee;
And the stars never rise, but I feel the bright eyes
Of the beautiful Annabel Lee;
And so, all the night-tide, I lie down by the side
Of my darling—my darling—my life and my bride,
In her sepulchre there by the sea—
In her tomb by the sounding sea.

 

Annabel Lee
Fue hace muchos, muchos años,
en un reino junto al mar,
que vivió una doncella a quien ustedes quizá conozcan
por el nombre de Annabel Lee;
esta señorita vivía sin ningún otro pensamiento
más que amar y ser amada por mi.

Era una niña y yo un niño,
en este reino junto al mar,
mas amábamos con un amor que era más que cualquier amor—
yo y mi Annabel Lee—
Con un amor que los serafines alados del cielo
codiciaban, de ella y de mi.

Y esta fue la razón por la que, hace tiempo,
en este reino junto al mar,
un viento sopló de una nube, helando
a mi hermosa Annabel Lee;
de tal modo que sus parientes de alta cuna vinieron
y se la llevaron lejos de mi,
para hacerla callar, en un sepulcro
dentro de este reino junto al mar.

Los ángeles, ni la mitad de felices en el cielo
se volvieron envidiosos de ella y de mi—
¡Si! esta fue la razón (como todos los hombres saben,
en este reino junto al mar)
por la que el viento surgido de esa nube en la noche,
heló y mató a mi Annabel Lee.

Pero nuestro amor era mucho más fuerte que el amor
de esos quienes fueron más viejos que nosotros—
de mucha más sabiduría que nosotros—
y ni los ángeles allá arriba, en el cielo
ni los demonios bajo el mar
podrán nunca separar mi alma del alma
de la hermosa Annabel Lee;

Pues la luna jamás brilla, sin traerme sueños
de la preciosa Annabel Lee;
Y las estrellas nunca saldrán, pero veo el brillo de los ojos
de la bella Annabel Lee;
Y así, durante la marea en la noche me acuesto al lado
de mi querida— mi adorada— mi vida y mi esposa,
en su sepulcro junto al mar—
en su tumba al lado del resonante mar.