Mujeres extraordinarias (IV). Marian Mirzakhani, la mente maravillosa.
Cualquier persona que trate de hallar en su vida un camino agradecido ha de esforzarse en pulir su virtud y su don especial, ya que todos y cada uno de los humanos tienen alguno, sea de la índole que sea. Aún así, aún puliendo diamantes, muchas veces el camino no es agradable, o no va en consonancia con lo que de nosotros mismos damos o aportamos. Cuando los obstáculos o impedimentos son fruto de nuestra interacción con la sociedad, se llega a la conclusión de que o bien nosotros estamos equivocados o bien lo está la sociedad, y ante ésto poco se puede hacer, ya que si sucede lo primero nuestra condición de habitantes de nuestra propia mente nos hace inconscientes e incapaces de cambiar tal hecho, y si sucede lo segundo estamos en una clara desventaja numérica. Pero, ay, cuando el enemigo no es la convención social, ni nuestras limitaciones mentales, sino la propia naturaleza, en ese caso, tarde o temprano caeremos al suelo en nuestra condición mortal. Sucede todos los días que se mueren personas, forma parte del propio ciclo de la vida y de la repoblación biológica terrestre. A veces el finado es un personaje “corriente” que no ha vivido con grandes pretensiones ni aspiraciones, que se ha conformado con practicar sus funciones biológicas y sociales sin buscar una continua superación. Por eso no es menos que ningún otro ser humano. Ahora bien, en la naturaleza del ser humano se halla en los individuos extraordinarios como común denominador la búsqueda de la virtud, o dicho de una manera más neutra si se quiere, la búsqueda de la excelencia.
Marian Mirzakhani fue una mujer muy virtuosa, muchísimo. A su talento y dotes genéticas se unió desde niña el trabajo en la búsqueda de la excelencia, en una sociedad hostil a su condición de mujer y más aún, de mujer matemática. Fue una de esas contadas personas que aparecen espontáneamente en cada generación, una aquí, otra allá, que destacan no sólo por su intelecto sino además por su motivación y sus inmensas ganas de superarse, porque aquí nadie compite contra otras personas sino sólo consigo mismo; el necio compite por cada día alcanzar una mayor necedad, y el talentoso por superar positivamente el listón allí donde lo había dejado antes.
Marian fue una heredera de la genialidad de Omar Khayyam, poeta, matemático, astrónomo y médico persa que resolvió las ecuaciones cúbicas intersecándolas con formas cuadráticas. Khayyam, autor del conocido poemario Rubaiyyat, donde se centraba en algo tan humano como es el goce del momento presente (recurriendo, todo hay que decirlo, al filtro del vino) fue una de las mejores mentes que dio la antigua Persia (actual Irán). Y allí nació nueve siglos más tarde Marian. Su vida fue un frenesí en búsqueda de la perfección matemática, y también de las ideas geniales, de esas maravillosas ideas que se nos ocurren en un acto de resonancia bioquímica de nuestro cerebro. Nació en Teherán en 1977 (tendría hoy en día la corta edad de 43 años), en un entorno propicio para su forma de ser. En el año 1994 consiguió 41 puntos de 42 en la Olimpiada Matemática y una medalla de oro. En 1995 volvió a repetir la hazaña, consiguiendo los 42 puntos y también la medalla de oro. En este mismo año comenzó sus estudios universitarios en la universidad más prestigiosa de Irán, la Universidad de tecnología de Sharif. Y allí, siendo todavía estudiante, publicó su primer trabajo “Decomposition of complete tripartite graphs into 5-cycles”. Pocos años más tarde publicó “A small non-4-choosable planar graph” y “A simple proof of a theorem of Schur”. Realizó su tesis doctoral en la Universidad de Harvard, apadrinada por el flamante nuevo medallista Fields del momento, Curtis McMullen. Consiguió su doctorado en 2004 con una tesis titulada “Simple geodesics on hyperbolic surfaces and volume of the moduli space of curves”. Se mudó a la Universidad de Stanford, se casó y tuvo una hija, Anahita.
El trabajo de Marian Mirzakhani que la consagró como una mente maravillosa fue la aplicación de su maravillosamente extraordinaria intuición espacial, enfocándola en el estudio de las superficies hiperbólicas y de sus geodésicas y en la demostración de una conjetura que había sido propuesta por el partero de la teoría “M” de cuerdas, el también maravilloso Edward Witten, del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, que establecía algunas medidas topológicas en los espacios de moduli de la propia teoría de cuerdas. Y siguió dándole vueltas sin descanso a este tema. En el año 2019 publicó, conjuntamente con Alex Eskin el “teorema más importante de la década”, con un trabajo de 214 páginas.
El colofón lo supuso la medalla Fields, obtenida como consecuencia de sus importantes hallazgos, en el ICM de Seúl (año 2014). Pero al igual que le pasó a Galois o a Abel, a Riemann o a Rammanujan, y a tantas y tantas mentes maravillosas, la sombra del demonio la poseyó, en este caso con un cáncer de mama extendiéndose al hígado y a los huesos, sin perdón, sin compasión, sin ningún tipo de miramiento ni consideración alguna, liquidándola en el año 2017.
Es la única mujer que ha obtenido la medalla Fields. Es una auténtica mente maravillosa, y sus trabajos la harán trascender al presidio de la carne, aunque en su corta vida ésto le haya favorecido poco o nada.
Créditos de los datos biográficos: Mujeres matemáticas, trece matemáticas, trece espejos. V.V.A.A. Coordinado por Marta Macho Stadler.
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