Archivo de septiembre 2011

Billy Wilder en bandeja de plata

 

 

Que un director de cine gane dos veces el Óscar en calidad de mejor director, y tres veces en calidad de mejor guionista no puede ser un fruto de la casualidad o del fenómeno fan, y más aún en los tiempos de la segunda mitad del siglo XX, cuando el cine no era todavía la máquina comercial que es hoy en día. Billy Wilder, tal vez el mejor cineasta de todos los tiempos lo hizo, y no sólo eso, sino que además fue nominado en la impresionante cantidad de ocho veces como director y de doce como guionista.

Todas las producciones de Wilder llevan marcada la impronta de su inconfundible sello personal, materializada en la forma de unos diálogos mordientes e hipnóticos que enganchan al espectador desde el comienzo de la película, una caracterización de los personajes sorprendente, en ningún caso maniquea, con sus vicios y sus virtudes bien a la vista, y un ritmo de la acción frenético y trepidante que no deja lugar en ningún caso al aburrimiento en ninguna de sus formas, todo ello sazonado con una ironía, sarcasmo y sentido del humor de un gusto poco habitual. Este maestro supo diseccionar la condición humana como nadie lo había hecho antes en el séptimo arte.

Billy Wilder, ciudadano polaco de origen judío, que tuvo que emigrar a Estados Unidos en tiempos de la persecución nazi, pasó hambre y miseria recién llegado a América, y tras sus primeros trabajos escritos para la Paramount, encontró en la figura de Ernst Lubich a su verdadero preceptor. El resto es ya historia. Produjo y dirigió 26 películas, de las cuales ninguna de ellas es deficiente, más bien se diría que rozan todas la perfección (si es que la perfección existe). Además de esto, escribió 60 películas como guionista. En su lápida del cementerio de WestWood en Los Ángeles está escrito un simpático epitafio, que nos muestra que fue cosechador de la ironía no sólo en sus excelentes films sino también en su propia vida personal: “I’m a writer but then nobody’s perfect”.

Como últimamente he visto “En bandeja de plata”, una de sus películas injustamente menos valoradas, me he sentido obligado a hablar un poco de este film.

El guión de “En bandeja de plata” corrió a cargo de I.A.L. Diamond y del propio Wilder (que habían cooperado también en “El apartamento” y en “Con faldas y a lo loco”, otras dos películas dignas también de ser visionadas).

En esencia el argumento consiste en que un cámara de televisión llamado Harry Hinkle (papel desempeñado por Jack Lemmon), recibe un golpe fortuito y puramente producto del azar en el transcurso de un partido de fútbol americano, que le es propinado por un inocente y bonachón jugador, y que le provoca una mala caida. Lo que en un principio parece algo serio, por la pérdida del conocimiento de Hinkle, no tiene tal carácter, pero su cuñado –un pícaro y astuto abogado- (papel a cargo de un Walter Mathau que se sale en su interpretación, y que le sirvió para obtener el Óscar al mejor actor secundario) logra convencerle para poder así obtener una importante indemnización millonaria del seguro del estadio, aprovechando el hecho de la inadecuada colocación de una lona enrollada próxima al borde del campo, en la cual Hinkle tropezó. Ante esta coyuntura, el que en un principio se niega a seguirle el juego a su cuñado, por poseer unas convicciones morales más arraigadas, cambia finalmente de opinión, al ser advertido por el propio abogado de que con la importante suma de dinero que pueden conseguir, atraerá además a su avariciosa exmujer –y de hecho lo hace-, de la cual sigue a pesar de negarlo, profundamente enamorado. Pero cuando ya está el caso ganado, y a causa de que ante todo el cámara es un bonachón y un sentimental empedernido, que es incapaz de asumir el sufrimiento emocional que está padeciendo el jugador causante del encontronazo, una eventualidad que no voy a desvelar permite a los detectives que investigan el caso hacerse con las pruebas necesarias para echar la farsa por tierra.

Esto es lo bueno del cine. Descubrirás siempre sucesivas joyas en forma de películas, de incontables quilates; de una puedes saltar a otras, basta que descubras la primera para que se te abra todo un mundo por delante; y a aquél lector –si lo hay- que haya visto poco o nada todavía de Billy Wilder le diré, con profunda convicción y sin temor a equivocarme, que me quito el sombrero y me doblo en una servil reverencia ante el director que retrató como nadie al ser humano en todas sus facetas, tanto en las más admirables como en las más oscuras y abyectas.

 

Visita al Museo Nacional de Ciencias Naturales: (5).- La exposición dedicada a Graells

 

Dedico este último artículo dentro de la serie que trata sobre el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid a la figura del ilustre médico, científico naturalista, y senador español Mariano de la Paz Graells y de la Aguera, en torno a cuya remembranza gira la exposición dentro del entredicho museo dedicada a su nada desdeñable labor investigadora y de descubrimiento, en el marco de la Península Ibérica.

Para acometer tal tarea trataré primero la biografía de este científico, que destacó por su enorme versatilidad a la hora de adaptarse a terrenos tan dispares como la botánica, la zoología, la medicina e incluso la política activa.

Graells nació en Tricio (La Rioja) en el año 1809, hijo de un médico catalán, se formó en Barcelona, donde cursó estudios de Medicina y Cirugía, Botánica, Agricultura, Física y Química. Su afán de conocimiento estuvo siempre vinculado al interés por las aplicaciones prácticas y el desarrollo de mejoras. Cuando en 1837 se incorporó en Madrid al Museo de Historia Natural, fue nombrado Catedrático de Zoología comparada en el mismo, y posteriormente director, llevando a la práctica un ambicioso proyecto de renovación que tuvo como fruto la mejora de las colecciones que por entonces se atesoraban en dicho Museo. A partir de 1855 trabajó en la aclimatación de diferentes especies en el territorio español y en la creación de piscifactorías, para obtener más alimentos para la población. Se implicó además en otras tareas, como el desarrollo de industrias y actividades pesqueras, y sus intentos de erradicación de la plaga de la filoxera de la vid, trabajos con una clara componente social. No sólo fueron los estudios prácticos los que ocuparon su trabajo, también estuvo interesado en los estudios teóricos, que ya comenzó en su primera etapa vital en Barcelona, con la observación de los insectos y sus indagaciones en relación a la floración de distintas especies vegetales en diversas áreas catalanas, y que continuaría más adelante en Madrid con sus estudios de malacología, paleontología y de los mamíferos. Supo conjugar sus trabajos de campo y de laboratorio con el servicio público, mediante la dedicación que hizo efectiva como miembro de distintas academias, comisiones y consejos ministeriales, y con su participación como senador en diversas legislaturas. La Ciencia le debe el descubrimiento, descripción, y estudio, de distintas especies vegetales endémicas de la Península Ibérica, así como del único lepidóptero del género Actias dentro del territorio español, la llamada Graellsia Isabellae (o Actias Isabellae), especie amenazada, protegida y de interés especial desde el año 2000, cuyo nombre científico está formado con su nombre y con el nombre de la reina Isabel II.

A continuación iré describiendo el contenido de algunas fotografías que tomé en mi visita a la exposición dedicada a Graells.

En la siguiente imagen aparece el herbario de Eduardo Carreño, que fue donado al Gabinete de Ciencias Naturales del Colegio-Seminario que estableció en 1885 el rey Alfonso XII en el Monasterio del Escorial. En este gabinete existe una colección botánica extraordinaria, y se albergan además allí colecciones zoológicas, mineralógicas y materiales de archivo, además de plantas procedentes de las donaciones de Graells, entre las que se encuentra la colección de su pupilo, Carreño.

 

 

En la fotografía que sigue se muestran algunos de los objetos que utilizaba Mariano Graells en sus clases de anatomía comparada.

 

 

Las dos imágenes a continuación en el bloque que sigue representan respectivamente la primera algunos expedientes de intercambio de semillas con centros docentes, mientras que la segunda expone los expedientes de traída de agua del Canal de Isabel II al Jardín Botánico de Madrid.

 

 

La foto siguiente muestra una reproducción del meteorito del tipo condrito L, caído en Molina de Segura (provincia de Murcia) el 24 de diciembre de 1858, y cuyo original pesa 112,5 kg.

 

 

A continuación aparecen dos catálogos en los que trabajó Mariano Graells, uno de ellos dedicado a los mamíferos observados en Madrid, y el segundo de ellos a los moluscos terrestres españoles.

 

 

Esta foto representa distintos ramilletes de la flora española, recogidos por el Doctor Graells en las Memorias de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de 1859.

 

 

El protagonista de la foto que sigue es una especie endémica de parte de la Península Ibérica, el desmán de los Pirineos, un mamífero de veloz metabolismo, que vive en los cursos fluviales de la cordillera pirenáica y otras regiones septentrionales de la península Ibérica, así como también en el Sur de Francia. Se alimenta de larvas de insectos acuáticos como tricópteros y efemerópteros, y este ejemplar pertenece a la colección de aves y mamíferos del Museo de Ciencias Naturales.

  

 

A continuación se muestra una colección de lepidópteros ibéricos, entre los que se pueden observar, entre otros, la Inachis Io, la Papilio Machaon, la Parnassius Apollo, la Aglais Urticae, la Nymphalis Antiopa, la Anthocharis Cardamines, y la Gonepterys Cleopatra. El segundo de los mosaicos de este bloque está formado por diversas especies ibéricas de coleópteros.

 

 

Las dos cajas entomológicas de las dos siguientes fotografías son un estudio del hecho biológico de la divergencia de caracteres, expresión visible de las mutaciones genéticas. En concreto, el lepidóptero sometido a estudio es la especie descubierta por Graells, la Graellsia Isabellae. En la primera fotografía se pueden ver grados variables en ejemplares de esta especie en lo que respecta al tamaño del insecto, la coloración de las venas alares, y la longitud de las colas. En la segunda fotografía se hace idéntico análisis, teniendo en cuenta en este caso las bandas negras de las alas, los ocelos que presentan, y las anomalías.

 

 

En la imagen que sigue se muestran dos obras en las que participó Mariano Graells, la de la izquierda es un trabajo sobre la florescencia de las especies vegetales de la flora catalana. La de la derecha es el libro Indicatio Plantarum Novarum, que recoge las descripciones de especies botánicas descubiertas en España. En la segunda imagen del bloque se representa un ejemplar de herbario de la especie Narcissus Palliludus Graells.

 

 

En el siguiente bloque aparece en primer lugar una lámina acerca de la anatomía de las ballenas varadas en las costas españolas en tiempos del Doctor Graells. En segundo lugar se puede apreciar una colección de coleópteros del mismo.

 

 

La fotografía siguiente representa un estudio llevado a cabo por el naturalista en relación a la Phyllosera Vastatrix, comúnmente conocida como plaga de la filoxera, publicado en el año 1881.

 

 

Para ya finalizar este paseo gráfico por la exposición, se muestra en primer lugar un retrato del personaje aquí tratado, seguido de otro retrato de la reina Isabel II, a la que Graells dedicó el nombre del lepidóptero Graellsia Isabellae, también conocido como Actias Isabellae. Se dice que Don Mariano le regaló un ejemplar de esta mariposa a la reina, y que ésta lo lució en una fiesta de palacio, montado sobre un collar de esmeraldas, causando gran sensación entre los asistentes.

 

 

Si bien en este museo existen otras exposiciones aparte de las descritas en la serie, me he limitado a algunas de las abiertas al público en el momento de mi visita al museo; probablemente ahora, en el momento de la publicación de este último artículo haya otras a disposición de los visitantes, como por ejemplo la que por aquel entonces estaba en obras, dedicada a los fósiles y animales prehistóricos, o la dedicada a los meteoritos que han caído en la Península Ibérica; he intentado ser sintético en la medida de lo posible, pero la única manera de vivir con intensidad una visita al Museo de Ciencias Naturales es acudiendo allí personalmente. Para los amantes y estudiosos de la naturaleza resulta una actividad lúdica e instructiva a la que incluso se puede acudir en familia, pues a los niños y jóvenes se les abren mundos insospechados en la contemplación del Medio Natural y sus inquilinos. Por lo que a mí respecta, puedo afirmar que me lo pasé en grande.

 

Mortadelo y Filemón, agencia de información

 

 

En una época verdaderamente complicada a todos los efectos como fue la postguerra española, con dificultades limitantes como la carestía de papel o la propia censura, en el año 1947 la Editorial Bruguera relanzó de nuevo su popular publicación Pulgarcito. Por sus páginas se desgranaban las aventuras de los más simpáticos personajes, creados por verdaderos humoristas con mayúsculas, como por ejemplo Escobar (con Zipi y Zape, y con Carpanta), Peñarroya (con Gordito Relleno o Don Pío), Cifré (el repórter Tribulete), y Vázquez (las hermanas Gilda). Fue por aquel entonces, unos años más tarde, cuando una estrella con luz propia, que a la sazón era un empleado en el Banco Español de Crédito, alumbró a dos personajes del cómic que llegarían a ser los más populares a nivel mundial dentro de las creaciones patrias, me estoy refiriendo a los geniales Mortadelo y Filemón, dos ineptos detectives que con el paso de los años fueron rodéandose de una pléyade de personajes a cual más desternillantes.

La creación de Francisco Ibáñez fue publicada por primera vez en el número 1394 de Pulgarcito (edición de 20 de enero de 1958), y llevó como título el que finalmente resultaría el definitivo, esto es, “Mortadelo y Filemón, agencia de información”. El magnífico talento de Ibáñez daría a luz años más tarde a otras colecciones de viñetas que también llegaron a ser populares, como por ejemplo 13, Rue del Percebe; Rompetechos; El botones Sacarino; o Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio; aunque la serie más aplaudida de Ibáñez ha sido siempre Mortadelo y Filemón.

Poco se puede decir ya que no se haya comentado de estos dos garrulos detectives, representaron el despertar del afán de lectura en la infancia de los niños españoles de la segunda mitad del siglo XX, sus aventuras se leían y se disfrutaban –y se siguen disfrutando- con la misma facilidad espontánea con la que se come el plato favorito, han arrancado verdaderas carcajadas en sus aventuras más hilarantes (todavía me acuerdo de lo bien que me lo pasé leyendo por primera vez “El sulfato atómico”), y representan una de las mejores manifestaciones del cómic español de todos los tiempos.

En el año 2008 se celebró el 50º aniversario de estos personajes, y hay que reconocerle el mérito a Francisco Ibáñez de saber reinventar continuamente a los detectives de la T.I.A. y de tener la capacidad para adaptarlos a las distintas épocas en las que salieron al quiosco. No sólo Ibáñez es un excelente dibujante, sino que además se puede asegurar sin temor a equivocarnos que es un maestro del humor, los gags que aparecen en las aventuras de Mortadelo y Filemón están impregnados de la rotunda vis cómica de la que es poseedor su creador.

Aunque en un principio las aventuras no duraban más de cuatro páginas, a partir de finales de los años sesenta se evidenció que esta serie estaba “condenada” al éxito indiscutible, por lo que la editorial Bruguera e Ibáñez decidieron añadir más personajes al dúo inicial y convertir las cuatro páginas en aventuras largas de 44 páginas, al estilo de las historietas del ámbito francófono (Tintín y Astérix); con lo que Ibáñez tuvo que reconducir su talento para enfrentarse a este reto, pues conseguir una historieta perfectamente hilada de tal duración, manteniendo el pulso narrativo y cómico, sin repetirse, representa la necesidad de un gran ingenio, del cual el dibujante siempre hizo gala. Los que en el tanteo inicial habían sido bautizados como Mr. Cloro y Mr. Yesca, agencia detectivesca; Lentejo y Fideíno, agentes finos; u Ocarino y Pernales, agentes especiales; quedando finalmente registrados en el “libro de familia” de Bruguera con su nombre definitivo de Mortadelo y Filemón; rodeados de otros personajes no menos cómicos como el Superintendente Vicente, el jefe de la T.I.A.; el profesor Bacterio; o la señorita Ofelia; han sabido arrancar las carcajadas de jóvenes (y no tan jóvenes, reconozco mi pecado) de distintas generaciones de hispanohablantes. Se han publicado sus aventuras en una docena de países y han sido los protagonistas en una cifra de alrededor de 200 álbumes, siendo objeto actualmente de continuas reediciones a cargo de otras editoriales –por la disolución de la Editorial Bruguera en el año 1986- que le ponen los dientes largos a los coleccionistas de cómics clásicos. Da la sensación que la forma de mortadela que da nombre al miope personaje y el filete de los tiempos de las cartillas de racionamiento (Filemón), quedarán grabados en la impronta de nuestras vidas como la inspiración de los nombres de aquellos genuinos, carismáticos e hilarantes hijos del simpar Francisco Ibáñez, un verdadero maestro en su oficio, y que nos arrancaron la sonrisa en algunos de nuestros mejores momentos vitales. ¿Qué sería de nosotros sin la sonrisa o la carcajada?. Pues no seríamos nada.

En la imagen superior reproduzco una tira cómica de la aventura señera dentro de la producción de Ibáñez, a mi corto entender, “El sulfato atómico”. En la imagen inferior otra tira de otra de sus mejores historietas, “Contra el gang del Chicharrón”.