Te querremos siempre, Miguel
En esta vorágine en la que vivimos son las personas más buenas las que más sufren. Sucedió y sucederá siempre. ¿Cómo es que son ellas las receptoras de las injurias, el desprecio, las más crueles bajezas y abyecciones si no se meten con nadie, sino todo al contrario?. Nació en Orihuela en el año 1910 un pastor de cabras de humildad y nobleza extraterrestres, y con el corazón de oro macizo, una persona que no será jamás olvidada, que además de su excelencia como ser humano poseía también un talento titánico. El poeta más digno de cariño de todos los que han nacido en España. No me estoy refiriendo aquí a sus cualidades líricas sino al hecho de que nuestro Miguel Hernández, además de ser un genio literario, fue un verdadero modelo de personalidad según el cual deberían ser cincelados todos los humanos. Yo no he conocido a Miguel Hernández, me pilla un poco lejos en el tiempo. Pero he leído su poesía y sus biografías, y reconozco que me emociono hasta el punto de soltar alguna que otra lagrimita cuando me asomo a su literatura y cuando pienso sobre los padecimientos y las amarguras de los que fue víctima.
Miguel Hernández, literariamente ubicable a caballo entre las generaciones del 27 y del 36, vivió su primera juventud en Orihuela, su pueblo natal. Su padre era un tratante de ganado y Miguel ayudaba a la familia pastoreando un rebaño de cabras, ordeñándolas y vendiendo la leche por el pueblo. Fue la época de sus primeras lecturas, siempre libros prestados o tomados de la biblioteca, y de la germinación de su vocación literaria. También fue la época de sus primeros amigos, con los que se reunía en una panadería para hablar de literatura y otras inquietudes culturales, entre ellos Ramón Sijé –a cuya muerte escribió el magnífico monumento de su elegía, considerado por los críticos literarios como uno de los mejores poemas que existen en lengua castellana, y que ya copié en su día en esta web-. Con sus primeros poemas y su primer viaje a Madrid no consiguió la notoriedad pero sí la toma del pulso poético que se respiraba por aquel entonces en la capital. Dado que no consiguió un trabajo del que vivir, tuvo que volver a Orihuela. Pero siguió escribiendo, y cómo. Volvió a Madrid con más fortuna una segunda ocasión, logrando un empleo como redactor de una enciclopedia taurina, que le permitió al menos dedicarse a su vocación. En la España literaria de entonces fue recibido de dispares maneras. En Pablo Neruda, cónsul de Chile en España a la sazón, encontró un verdadero amigo. Pablo, otra figura universal de las letras, siempre quiso mucho a Miguel. Otro tanto ocurrió con Vicente Aleixandre. A este último le pidió en una ocasión si le regalaba un ejemplar de su último libro, porque no tenía dinero para comprárselo. No tenía un duro, pero Miguel era bueno, extraordinariamente bueno. El encumbrado Lorca, sin embargo, que ya era un escritor consagrado, miraba a Miguel por encima del hombro. Un poeta pastor de cabras, ¿de dónde habrá salido éste?. A pesar de este engreímiento, resultado de la vanidad y el ego desmedido, Miguel Hernández nunca quiso mal a Lorca, como prueba el emotivo poema que le dedicó tras su muerte. Otro tanto ocurrió con Ramón Sijé. Sijé fue una persona muy influyente en la poesía hernandiana de su primera etapa. De hecho los primeros poemas de Miguel son de tipo religioso, y fueron publicados muchos de ellos en una revista literaria que dirigía su amigo Ramón. Pero cuando Miguel Hernández vino a Madrid y conoció de primera mano la realidad del mundo, el sexo, y las ideas y poesía de Pablo Neruda, de Aleixandre, y de otros escritores, se dio cuenta que él no era un poeta religioso, sino que su verdadera identidad era la del poeta comprometido que canta a la naturaleza en su magnificencia y a las cosas sencillas y buenas, tal y como era su personalidad. Con este grado de autoconocimiento, escribió una poesía lírica deslumbrante, que no deja indiferente a nadie y que en mí siempre ha tenido el efecto de revolverme por dentro y emocionarme de verdad. Tal vez Miguel Hernández no sea según la opinión de los expertos el mejor poeta que ha dado España, aunque sabido es que esto es muy subjetivo y opinable, para mí es indiscutiblemente uno de los más grandes, tenía el don de comunicar sentimiento más desarrollado que muchos otros, y sobre todo es el poeta al que más cariño le tengo.
Pero la desgracia vino toda junta. Estalló la guerra civil en España. Miguel, de ideas republicanas, se alistó en el ejército y combatió como los demás. La tensión a la que se vio sometido le provocó una anemia mental, de la que se repuso. Se casó con Josefina Manresa, su novia de aquel entonces. Su primer hijo murió a los pocos meses de nacer. Y para cuando tuvo el segundo, no pudo disfrutar de él, puesto que en el momento en que las huestes republicanas huían en desbandada, ya al término de la guerra, tratando de entrar en Portugal, fue hecho preso. El resto de su vida fue un continuo ir y venir por diferentes cárceles. En una ocasión se libró del yugo del presidio, pero ya en Orihuela, fue traicionado y llevado de nuevo a la prisión. Intercedió Pablo Neruda para conmutarle la pena de muerte. Pero aunque se vio liberado del verdugo, fue esta vez la propia Naturaleza, la que tanto y tanto había alabado con su magnífica poesía, la que le dio el hachazo homicida. Contrajo el tifus, que se complicó en la forma de tuberculosis. Murió a los 31 años de edad, en la cárcel donde estaba recluido. Existe un mito en torno a la muerte del poeta. No se sabe a ciencia cierta si fue algo que realmente sucedió o si sólo es el producto del fervor y la admiración de alguien que le quería, bien podría ser cualquiera de las dos cosas, pero a Miguel Hernández hay quien le ha atribuido un precioso pareado, donde supuestamente se despide moribundo de todo lo bello que hay en el mundo y donde canta a la fraternidad entre los hombres:
“¡ Adiós, hermanos, camaradas, amigos:
despedidme del sol y de los trigos !”.
El año pasado se han cumplido los 100 años del nacimiento de Miguel Hernández. Quiero contribuir a que su impronta perdure por siempre. Un hombre extraordinario como él fue no puede quedar en el olvido. Seguramente San Pedro y San Pablo, los porteros del Paraíso, han contratado conexión de banda ancha, y de este modo Internet es una buena herramienta para lograr que el poeta pastor de Orihuela, que ahora está en el Cielo, se alegre y viva la felicidad que no pudo disfrutar aquí, que sonría al ver que le seguimos recordando con todo el cariño que él supo transmitir como nadie.
Copio a continuación como sentido homenaje una elegía escrita tras la muerte de Ramón Sijé, y dedicada a la panadera Josefina Fenoll, la novia de éste.
ELEGÍA
Tengo ya el alma ronca y tengo ronco
el gemido de música traidora…
Arrímate a llorar conmigo a un tronco:
retírate conmigo al campo y llora
a la sangrienta sombra de un granado
desgarrado de amor como tú ahora.
Caen desde un cielo gris desconsolado,
caen ángeles cernidos para el trigo
sobre el invierno gris desocupado.
Arrímate, retírate conmigo:
vamos a celebrar nuestros dolores
junto al árbol del campo que te digo.
Panadera de espigas y de flores,
panadera lilial de piel de era,
panadera de panes y de amores.
No tienes ya en el mundo quien te quiera,
y ya tus desventuras y las mías
no tienen compañero, compañera.
Tórtola compañera de sus días,
que le dabas tus dedos cereales
y en su voz tu silencio entretenías.
Buscando abejas va por los panales
el silencio que ha muerto de repente
en su lengua de abejas torrenciales.
No esperes ver tu párpado caliente
ni tu cara dulcísima y morena
bajo los dos solsticios de su frente.
El moribundo rostro de tu pena
se hiela y desendulza grado a grado
sin su labor de sol y de colmena.
Como una buena fiebre iba a tu lado,
como un rayo dispuesto a ser herida,
como un lirio de olor precipitado.
Y sólo queda ya de tanta vida
un cadáver de cera desmayada
y un silencio de abeja detenida.
¿Dónde tienes en esto la mirada
si no es descarriada por el suelo,
si no es por la mejilla trastornada?
Novia sin novio, novia sin consuelo,
te advierto entre barrancos y huracanes
tan extensa y tan sola como el cielo.
Corazón de relámpago y afanes,
paginaba los libros de tus rosas,
apacentaba el hato de tus panes.
Ibas a ser la flor de las esposas,
y a pasos de relámpago tu esposo
se te va de las manos harinosas.
Échale, harina, un toro clamoroso
negro hasta cierto punto a tu menudo
vellón de lana blanca y silencioso.
A echar copos de harina yo te ayudo
y a sufrir por lo bajo, compañera,
viuda de cuerpo y de alma yo viudo.
La inaplacable muerte nos espera
como un agua incesante y malparida
a la vuelta de cada vidriera.
¡ Cuántos amargos tragos es la vida !
bebió él la muerte y tú la saboreas
y yo no saboreo otra bebida.
Retírate conmigo hasta que veas
con nuestro llanto dar las piedras grama,
abandonando el pan que pastoreas.
Levántate: te esperan tus zapatos
junto a los suyos muertos en tu cama,
y la lluviosa pena en sus retratos
desde cuyos presidios te reclama.
Miguel Hernández
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