(9) – Pasión consentida

 

No desarmaré los Cielos,

yo, el no amado,

que el firmamento fue cuajado

en centurias

y macerando prorrumpió del vientre

y aquí refulgen ubicuos

los astros que me acarician.

No clausuraré los frutos,

que de la amargura devienen,

tardos en las jornadas se sazonan

y en la añada endulzan

mis fauces hambrientas.

Ya que el amor cierto

no es hemorragia aguda sino

llanto incubado,

no es víbora sino lenta rosa,

que sutilmente se abre,

no es cópula de criaturas

sino caricia trémula.

El amor, el amor indubitable,

no es decir ahora y recibir el agasajo,

es más bien seguir callado

como herrerillo en escaramuza,

indultando cada ápice.

Dejadme en mi dulce agonía, bastardos,

indignos de vuestra Madre,

observadla en su lento cariño

de eones.

Porque llegará el día

en que más dulce trinará la alondra

en mis oídos,

y la brisa mecerá mis cabellos

como aya y niño de pecho,

y quizás las flores exhalen

un perfume reservado en los siglos,

o tal vez los mares irrumpan

en el talud con el ritmo

de una marcha nupcial,

y así la Madre nos festeje,

y apruebe un amor consentido,

una pasión a voz en grito

otorgada con su silencio.

  

© El rostro sagrado, SergeantAlaric, 2012.

 

    • Javier
    • 10 septiembre 2009

    Impresionante!. Un saludo, amigo.

      • sergeantalaric
      • 21 septiembre 2009

      Me alegro de que te guste.
      Saludos.

    • ana magdalena
    • 24 noviembre 2009

    me gusto muy bueno

      • sergeantalaric
      • 25 noviembre 2009

      gracias.

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